La ultima grela

Letra de Horacio Ferrer
Música de Astor Piazzolla

El poema aparecio en el Romancero Canyengue publicado por el letrista en
Montevideo, en 1967. La musica data de 1969.

Ofrecido por Susana Rinaldi como prólogo de un espectacular «La
Última Grela», en uno de sus numerosos recitales.
Lo canto también Amelita Baltar.

Recitado

Fueron, hace mucho, las románticas proletarias del amor. La noche les
puso nombres con seducción de insulto; paicas, locas, milongas,
percantas, obreras. Era frecuente verlas al alba desayunando un
chocolate con churros en la confitería Vesubio de la calle Corrientes.
Salían de trabajar a esa hora del «Chantecler», del «Marabú», del
«Tibidabo».

Con un arranque loco de Madame Bovary de Barracas al Sur,
se jugaron la vida en los tangos.
Alguna se enamoró de aquel bandoneonista
y por amor, ganó.
Para otras la derrota fue mucha,
terminaron atendiendo los guardarropas
de damas de esos mismos cabartes.

Acaso se fueron todas juntas un día,
como si fueran una pequeña y extinguida raza con ojeras.
Este tango relata la última de las grelas,
descubre su defintivo paso fantasmal,
sobre el asfalto recien amanecido
de una Buenos Aires espectral, y lo cuenta así:

Cantado

Del fondo de las cosas y envuelta en una estola
de frio, con el gesto de quien se ha muerto mucho,
vendra la ultima grela, fatal, canyengue y sola,
taqueando entre la pampa tiniebla de los puchos.

Del fondo de las cosas y envuelta en una estola
de frio, con el gesto de quien se ha muerto mucho,
vendra la ultima grela, fatal, canyengue y sola,
taqueando entre la pampa tiniebla de los puchos.

Con vino y pan del tango tristisimo que Arolas
callara junto al barro cansado de su frente,
le haran su misa rea los fueyes y las violas,
zapando a la sordina, tan misteriosamente.

Despediran su hastio, su voz, su melodrama,
las palidas rubionas de un cuento de Tuñón,
y atras de los portales sin sueño, las madamas,
de tragicas melenas, diran su extremaunción.

Y un sordo carraspeo de splin y de macanas,
tangueandole en el alma le quemara la voz,
y muda y de rodillas se vendera sin ganas,
sin vida, y por dos pesos, a la bondad de Dios.

Traera el olvido puesto; y alla en los trascartones
del alba el mal, de luto, con cuatro besos pardos,
le hara una cruz de risas y un coro de ladrones
muy viejos sus extrañas novenas en lunfardo.

Que sola ira la grela, tan ultima y tan rara,
sus grandes ojos grises trampeados por la suerte,
seran sobre el tapete raido de su cara
los dos funebres ases cargados de la muerte.